Monday, July 09, 2007

LIBRES DE LA MENTIRA


"Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestras almas. Mas dijeron: No andaremos". Jeremías 6:16

Es el orgullo del ser humano, el que lo hace resistirse a aceptar que ha errado su camino. Y preferir negar y ocultar sus verdaderos sentimientos y acciones, antes que conocer la verdad que puede hacerle libre del error en el cual se encuentra atrapado.
¿Qué harías si deseando llegar a la ciudad del Paso, Texas, después de haber recorrido 500 millas, comienzas a sospechar que tomaste la carretera equivocada? ¿Te atreverías a preguntar o consultar tu mapa, a pesar de que tu descubrimiento sea demasiado desagradable? o ¿Preferirías continuar tu camino sin preguntar y sin conocer la verdad, por temor a conocer una cruda realidad que te obligará a tener que regresar?
Tal vez estas preguntas parezcan absurdas, pero Dios nos ordena hacer una alto en nuestro camino, para reflexionar y enderezar el rumbo de nuestra vida. A menudo, hacer un alto en el camino después de haber viajado tanto tiempo sin ver el mapa, puede resultar demasiado cruel y desconsolante. Sin embargo, conocer y reconocer la verdad, por más dolorosa que esta sea, es mejor que continuar engañados y viviendo en la mentira. Desgraciadamente, hay muchas personas que han viajado muchas millas en sentido equivocado, y prefieren convencerse a sí mismas que van por el camino correcto, antes que estar dispuestas a confrontarse con la verdad. Pero la incertidumbre jamás será causante de paz, pero la verdad, trae descanso a nuestras almas.
Jesús nos invita a conocer la verdad; y nos promete que la verdad, nos hará libres; sin embargo muchas personas, al ser confrontadas con la verdad, que les revela que sus vidas han transcurrido fuera de la voluntad de Dios; anteponen su orgullo y prejuicios que ciegan su entendimiento, y les impiden aceptar la verdad que los libraría de su pecado y error. Esa fue la actitud de los judíos que habiendo creído en Jesús, fueron confrontados con la necesidad de permanecer en la Palabra, como un requisito indispensable para ser verdaderos discípulos de Aquel que les promete llevarlos al conocimiento de la Verdad que puede hacerles verdaderamente libres. Pero los judíos reaccionaron a la defensiva. Al ser confrontados con su realidad: que eran esclavos del pecado, el resentimiento, el odio, la mentira y los deseos de asesinato, que tenían reprimidos y escondidos debajo de aquella mascara de religiosidad; al verse descubiertos, en vez de reconocer su pecado, arrepentirse y permitirle a Cristo que les hiciera verdaderamente libres; optaron por negarlo y tomaron piedras para apedrear a Aquel en quien decían que habían creído. Esa fue también la actitud del rey Saúl, cuando fue confrontado por el profeta Samuel, por el pecado de su codicia, rebeldía, soberbia, y desobediencia; él prefirió, primero negar su problema, luego justificarlo y terminó culpando a sus súbditos, antes que reconocer su pecado y arrepentirse de él.
En 1 Samuel 15, dice que Dios había elegido a Saúl para ser rey de Israel, y le dio la orden de ir a pelear contra el rey Amalec, y destruirlo todo; por cuanto Amalec se le había opuesto a Israel en el camino, cuando subían de Egipto. El problema fue que Saúl estaba lleno de avaricia, de modo que cuando atacó a sus enemigos, Saúl y el pueblo "perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable, destruyeron" (15:9). Y es por causa de la avaricia y desobediencia, que Dios dice al profeta: "Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis palabras" (15:11). Pero el corazón de Saúl, no le permitió reconocer su pecado, sino que lleno de soberbia, llegando a Carmel, se levantó un monumento (15:12), y al descender a Gilgal y encontrarse con el profeta Samuel, afloró su espíritu de hipocresía y mentira; pues Saúl le dijo: "Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la Palabra de Jehová" (15:13).
Las mentiras, de tanto repetirlas, llega el momento en que nos las llegamos a creer. La mentira ciega nuestro entendimiento, y nos impide reconocer la verdad. Cuando el profeta confrontó a Saúl con su hipocresía, en vez de reconocer su pecado y arrepentirse; justificó sus malas acciones (15:15). El problema de la mentira, la negación y la racionalización es que llegamos a formularnos ideas, conceptos y razones aceptables para nuestra mente, pero no reales, acerca de nuestra conducta. Cuando racionalizamos nuestros actos, estamos buscando excusas a nuestro favor que expliquen nuestras limitaciones, debilidades y pecados, de una manera adecuada, de modo que nos libre de la culpa. Los psicólogos describen este mecanismo de defensa como un "camuflaje mental" que cambia y adorna los motivos indignos de manera que parezcan satisfactorios y hasta loables ante los demás, incluso ante nosotros mismos. Como el ladrón que justifica su robo diciéndose a sí mismo que su victima es rica y quizá hasta explota a los más pobres.
La mentira y la racionalización hacen más tolerables las frustraciones de la vida; pero nos impiden enfrentar la realidad y tomar decisiones correctas para solucionar nuestros verdaderos problemas. Esa fue la actitud de Saúl, quien al ser reprendido por el profeta y enterado del enojo de Dios; continua aferrado a justificar su conducta (15:20-21). Saúl no estaba dispuesto a reconocer su pecado, sino que continuaba justificándolo con una santa causa: "Para ofrecerlos a Jehová tu Dios". El dicho: "El fin justifica los medios"; no es más que otro "camuflaje mental" para acallar nuestra conciencia culposa.
El profeta le declaró al rey Saúl que la obediencia es mejor que los sacrificios, y el prestar atención, que la grosura de los carneros; y que por haber desobedecido a Dios, El lo desechaba para que ya no fuera rey (15:22-23); es hasta entonces, que Saúl estuvo dispuesto a reconocer: "Yo he pecado… porque temí al pueblo y consentí a a la voz de ellos. Perdona, pues mi pecado" (15:24).
Dios no puede perdonar un pecado que no estamos dispuestos a reconocer, humillarnos y a arrepentirnos de ello. Un pecado que negamos, disfrazamos de "acto santo" o que justificamos, no puede ser redimido. Ahora, si al fin Saúl reconoció su pecado, ¿Por qué Dios no lo perdonó? Si te das cuenta, aquel reconocimiento del pecado continuó envuelto en una sábana protectora del sentimiento de culpa. Es decir, por un lado me justifico a mí mismo y por otro lado, culpo al pueblo del pecado: "el pecado no es mío, el pecado es del pueblo, ellos son los quisieron traer el botín; de modo que mi única culpa fue haber consentido a la voz de ellos; pero esto es razonable y justificable si consideramos que eran muchos, y podían haberlo matado".
Reconocer un pecado y tratar de justificarlo, o proyectarlo a los demás, no es honesto. La verdad es la que puede hacernos libres, la mentira nos ata y esclaviza. Proyectar nuestros pecados sobre los demás es una manera de defendernos y protegernos cuando nos vemos amenazados, o nos sentimos incómodos por alguna falta moral o espiritual. Muchos alivian su sentido de culpa, atribuyéndole su pecado, a otras personas. Por ejemplo, en vez de reconocer: "Esta persona no me gusta", decimos: "Esta persona no me quiere". O en vez de reconocer que nuestra conciencia es la que nos molesta, atormenta y hostiga, decimos: "Fulano me molesta, atormente y hostiga". Así que por un lado, negamos los sentimientos hostiles que tenemos contra "Fulano", y por otro lado, lo culpamos de nuestros sentimientos. Esto ni es justo ni honesto. Saúl culpó al pueblo de ser los avaros, codiciosos, rebeldes, soberbios y desobedientes. Y es que el mentiroso se siente mejor si se convence de que todos son mentirosos. El hombre inmoral piensa que todas las mujeres tienen su precio. Los que tienen algún problema con su sexualidad, a menudo tienden a acusar a sus semejantes de adúlteros, fornicación o los pecados que a ellos les atormentan.
El problema, mis queridos amigos, es que a una persona que no está dispuesta a enfrentar su realidad, y a reconocer la verdad, difícilmente se le puede ayudar. Pues aquel que está convencido de que está libre de culpa, y que son otros los verdaderos culpables, que le están perjudicando; va a cerrar sus oídos a la Palabra que le puede conducir a la verdad; esa verdad que es la única que puede hacerle libres. Y a menudo tales personas obstinadas, reaccionarán como los judíos ante Jesús, o como Saúl ante el profeta; sintiéndose rechazados, incomprendidos, perseguidos y victimas de los demás.
Hay una vieja historia del capitán de un barco, que una noche vio lo que parecía ser la luz de otro barco, que venía directamente al suyo; así es que ordenó a su señalero que dijera al otro barco:
- Cambie su curso 10 grados la sur.
- Cambie su curso 10 grados al norte. – fue la respuesta que vino de inmediato.
- Soy un capitán. Cambie su curso al sur – replicó el capitán.
- Soy un marinero de primera – fue la respuesta- cambie su curso al norte.
Esto enfureció al capitán, quien ordenó al señalero a decir:
- Le digo que cambie su curso al sur. Estoy en un barco de guerra.
- Y yo le digo que cambie su rumbo al norte. Estoy en un faro; y usted está a punto de estrellarse contra las rocas.
Queridos lectores, negarse a cambiar puede llevarnos a un desastre. Te invito a reflexionar con estás preguntas:
¿Cuál ha sido tu reacción cuando alguna persona te ha señalado algún defecto o error? Cuándo has cometido algún pecado o error, ¿Te es difícil reconocerlo? Cuándo has llegado tarde a tu escuela o trabajo, ¿Cuál ha sido tu justificación? ¿Te es demasiado doloroso conocer o tener que reconocer alguna verdad? ¿De qué manera manejas tus culpas? ¿Convenciéndote a tí mismo de que eres inocente? ¿Justificando tu proceder? ¿Culpando a tu prójimo de tu falla? O ¿Presentándola a Dios con un corazón contrito y humillado?
En oración pidámosle a Dios que nos dé un corazón humilde, que esté dispuesto en todo tiempo a vivir en la verdad; una verdad que por más dolorosa que sea, pueda conducirnos a tomar pasos firmes, que nos conduzcan a la libertad que Dios desea disfrutemos. Pidámosle a Dios nos de un corazón humilde para reconocer nuestros errores y estar dispuestos a buscar el perdón y la restauración.

Pbro. Miguel De León Flores

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