Misericordia para todos
Miserdicordia. ¡Qué palabra tan poco usada!. Tal vez sí la hemos oído, pero no sabemos a ciencia cierta, cómo se aplica a nosotros. Misericordia es, según el diccionario bíblico, el aspecto compasivo del amor hacia el ser que está en desgracia o que su condición espiritual no merece ningún favor. Por lo menos ya sabemos su definición, pero usted se preguntará: ¿Y yo que tengo que ver con la misericordia?. Nos debe interesar mucho, no solo conocerla, sino experimentarla. Jesús dijo en el precioso Sermón del Monte: "Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia" ( Mateo 5:7). Jesús lo expresó de una manera contundente, para que nos quedara bien claro. Si no somos misericordiosos con los demás, no exijamos que haya misericordia para nosotros. Esto me hace pensar en "la segunda milla". Por ejemplo, es más fácil sacarle la vuelta a una persona en necesidad, que tomarse el tiempo y hacer el esfuerzo de ayudarla, y menos, si no lo conocemos, pues que tal si solo está fingiendo y nos asalta o que tal si nos metemos en problemas. Para no ayudar, echamos mano de mil excusas, algunas reales, y otras inventadas, pero lo cierto es que nos resistimos a ayudar a otros. Si Jesús hubiera actuado como nosotros lo hacemos normalmente, téngalo por seguro que no se hubiera dejado hacer ni un rasguño. Después de todo, hacía demasiado calor como para salir, y menos se antojaba andar cargando una cruz descomunalmente pesada. Jesús estaba joven, fuerte, sano, tal vez hasta usted pudiera pensar que él tenía la obligación de morir por nosotros. ¡Oh no!, Jesús no tenía por qué dejar el cielo y bajar a ayudarnos, dentro de un cuerpo tan frágil y limitado. A veces nos encontramos con gente de muy poco aseo personal y la miramos con desprecio y tratamos de poner distancia de por medio. Gloria a Dios que nuestro Amado Jesús no pensó así, porque nosotros olíamos muy mal, es más, apestábamos igual que Lázaro. Nuestros pecados nos habían llevado a la muerte espiritual, ya que escrito está que la paga del pecado es muerte (Romanos 6:28). ¡Qué feo se oye eso! Sin embargo a veces actuamos como personas con el corazón de mármol, ajenas a las necesidades y al dolor de los demás, y pensamos que otros se hagan cargo!
Pensemos por un momento en Jesús, nuestro máximo ejemplo de misericordia. El estuvo dispuesto a tocar a los despreciados leprosos, perdonar a las mujeres de dudosa reputación, de comer con personas indeseables, etc. Seamos entonces misericordiosos con los demás; no nos cansemos de hacer el bien, porque a su tiempo, segaremos. Ya que Jesucristo nos dio el ejemplo máximo, pidámosle al Espíritu Santo que nos ayude a ser misericordiosos de verdad, con todos, sin excepción.
Con amor: Hna Judith Patiño.
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