Saturday, November 04, 2006

HAMBRE


Hoy, quiero hablarles del hambre. No del que sentimos cuando por algún motivo pasamos por alto nuestra comida diaria. Del hambre en nuestra casa, pero no de la casa que nos cobija del frío y nos cubre del calor, donde tenemos un refrigerador con alimentos a nuestra disposición. Del hambre de nuestra familia, pero no estoy hablando de nuestros padres e hijos, a los que saludamos diariamente, ni de los tíos, abuelos y amigos, que se visitan con frecuencia. Hablemos del hambre en el mundo, que es nuestra casa, nuestra familia. En el mundo hay un billón de personas que sufren de hambre y desnutrición.
Nuestro Creador nos ha dado una tierra que tiene suficientes recursos para producir bastante alimento para todos, pero todavía hay hambre. Muchísimas familias vive con un ingreso menor a un dólar diario, y las mujeres sufren para hacerlo rendir. El 70% de las personas que sufren de hambre son mujeres y niños. Seis millones de niños menores de 5 años, mueren cada año, según una revista de estadísticas que me prestaron.
Cuando escuchemos hablar del hambre, debemos dar gracias a Dios por todas las bendiciones que tenemos, pero también, deberíamos escuchar al que está tocando a nuestra puerta. Al forastero que emigra en busca de trabajo y no tiene documentos, al refugiado que huye de una guerra inútil, a la niña indígena que quiere ser doctora. Escuchemos a la madre que se quedó esperando a que su hija llegara del trabajo, al joven que pasó su niñez en los basureros, buscando que reciclar para venderlo, y así sacar algo para comer. A la madre joven que está muriendo de SIDA, y se preocupa por su hija desnutrida en un hospital. Y también a la madre preocupada por su hijo adolescente, enfermo y acostado en un pedazo de cartón, y a tantas mujeres afganas que salen en las noticias, ocultado su tristeza bajo un velo, mientras esperan una ración de arroz.
Por eso, cuando escuches esas voces, ponles atención, ellos están en nuestra casa, y aunque no los vemos, son parte de nuestra familia. No los puedes tocar, pero necesitan un abrazo, pues están sufriendo la aflicción del hambre.
Pídele a Dios que te dé hambre, pero hambre de orar por ellos. Así como lo hizo Jesucristo al Padre: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal "(Juan 17:15). Y El te responderá: "Estas cosas os he hablado para en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 16:33).

Sergio Arturo Ochoa Loera

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