Wednesday, May 02, 2007

Historias para reflexionar NADA DEBEMOS TEMER

Vivía en un pueblito entre las montañas, una familia que tenía un niño de ocho años. El pequeño se llamaba Noé, en honor al personaje bíblico, ya que la familia era muy cristiana. Una tarde en que el niño salió a jugar con sus amigos, se alejaron un poco de sus casas y se adentraron entre los árboles y espesa vegetación, al pie de la montaña. Estaban tan entretenidos que no se dieron cuenta de que ya empezaba a oscurecer. De pronto empezó a llover y los niños corrieron rumbo al camino que los llevaría de vuelta al pueblo. A medida que la lluvia arreciaba y el cielo se hacía más oscuro, más rápido corrían. Por fin pudieron ver las luces del pueblo y pronto llegaron a él. Sus padres estaban ya esperándolos preocupados y respiraron aliviados al verlos, pero cuando los papás de Noé preguntaron por su hijo fue cuando recién se dieron cuenta de que no iba con ellos. Entonces se organizaron y fueron todos al bosque, a buscar a Noé con lámparas y cubriéndose como podían de la lluvia. Caminaron y caminaron llamándolo y el chico no aparecía. Así pasaron horas y la gente que se había ofrecido para la búsqueda se empezó a regresar al pueblo. Al final solo quedaron los padres de Noé, quienes cada vez más afligidos, no querían dejar de buscarlo, pero el padre dijo: - Mujer, ya hemos buscado por todas partes y no lo encontramos, esta lluvia y la oscuridad hacen muy difícil la búsqueda, quizá sea mejor seguir en la mañana, con la luz del día. Le costó mucho convencer a su esposa, pero regresaron a su casa. Al día siguiente, por la mañana muy temprano, salieron nuevamente; ya había dejado de llover y el sol brillaba alegre en el cielo. Caminaron entre los árboles y matorrales llamando a su hijo. No pasó mucho tiempo, cuando vieron una cueva de la que no se habían percatado la noche anterior. El padre se asomó hacia el interior y con gran sorpresa vio a su hijo durmiendo plácidamente sobre un lecho de hierbas. - ¡Aquí está! exclamó emocionado. La madre se acercó, al tiempo que el niño despertaba.
Hola papá, hola mamá... que ¿ya es de día?. Los padres lo abrazaron y le reclamaron la angustia en la que los había tenido. Y el niño respondió: Cuando ví que empezó a llover me refugié en esta cueva, pero mis amigos no se dieron cuenta. Me quedé esperando a que vinieran a buscarme y me dormí. Ustedes siempre me han enseñado que no hay que temer porque Dios cuida de nosotros, ¿por qué se angustian tanto entonces? El me cuidó igual que en casa. No tenían por qué preocuparse porque aquí también estaba Dios conmigo. Hay cosas que según nuestra lógica humana, nos parecen inconcebibles, pero la confianza en Dios no la podemos basar en nuestra lógica. Podemos contar con la protección de Dios donde sea que nos encontremos, solo tenemos que creerlo, con la seguridad del niño de la historia. También Pablo, cuando se encontraba en la cárcel, mantenía su confianza en El y se mantenía sereno. Cuántas angustias y preocupaciones nos ahorraríamos si depositáramos nuestra confianza plenamente en El. Si andamos de la mano de Dios, debemos creer que El no nos dejará caer, porque quién mejor que El nos podrá proteger?
"Aunque ande en valle de sombra o de muerte, no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento"
Salmos 23:4
Angélica garcía Sch.

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