CUANDO DAÑAMOS A NUESTROS HIJOS
Vivimos en un mundo donde reina la desintegración familiar. En la actualidad, tanto el papá como la mamá, tienen que trabajar, y aparte tienen que estar en constante aprendizaje, por las innovaciones de la tecnología, lo cual absorbe mucho de su tiempo, y no hay ninguna duda, en que es bueno lo que hacen, sin embargo, eso ha ocasionado un gran problema: están descuidando lo más importante, a sus hijos. El descuido crea en los hijos, inseguridad, desilusión, frustración, pleitos y celos; hace que vayan perdiendo sus valores, principios, buenas costumbres y conceptos propios del hogar. Este escrito, es un llamado de atención, un grito desesperado, pues muchos hijos sienten que su vida familiar es un caos y necesitan ayuda, y no saben como decírselo a sus padres.
Para algunos matrimonios que son muy eficientes en sus trabajos, les resulta difícil identificar las áreas en las que tienen que mejorar; por ejemplo, no se dan cuenta que necesitan un amor conyugal responsable y tener más comunicación con sus hijos. A veces viven bajo el mismo techo, pero llevan vidas independientes. En cuanto a la educación de los hijos, se comenten muchos errores involuntarios, que tarde o temprano se convierten como en una avalancha de nieve, que no saben cómo, ni cuándo se originó.
Por lo general, los padres cuando llegan a casa después de un día de exhaustivo trabajo, lo hacen cansados y de mal humor. Algunos llegan hasta gritando, con el rostro fruncido, de malas, y al menor indicio de falla de los hijos, por cosas sin importancia, comenten el error de enfrentarlos guiados por un arrebato de histeria y cólera. Con palabras, golpes, omisiones y acciones, los padres dañan a los hijos, y aunque la tormenta pase y se convierta en calma, quedan huellas. Nacen sentimientos de odio e ira, pues los sucesos quedan grabados en lo más profundo del corazón de los hijos, quienes continúan su vida, pero caminan arrastrando en el subconsciente, las laceraciones que dejaron el maltrato y una mala educación.
Para justificar sus acciones, los padres imponen normas más rígidas, cambiantes e injustas y algunos hasta se escudan en la religión, como si Dios fuera un juez injusto, cuando lo que a El le sobra, es la misericordia.
Pero cuando les cae el veinte, y se miran ellos en el mismo espejo que impusieron, se quedan con la boca abierta. Y se preguntan ¿Cómo es posible, que hiciera eso, Señor? Yo amo tu Palabra. ¿Cómo puedo cometer tantos errores con mis hijos? Yo los amo. El pecado puede sorprenderte a ti, pero para Dios que nos conoce, no hay sorpresas. Nuestros caminos están a la vista del Señor, y El los examina (Prov. 5:21). Y en los momentos que más lo necesitamos, El en su infinita misericordia, llama nuestra atención para que lo escuchemos, y lo hace de tal manera, que no podemos seguir ignorándolo.
Debemos tratar de ser mejores padres, necesitamos reflexionar sobre nuestros actos y reconocer nuestros errores, pero sobre todo, apoyar más a nuestros hijos, dándoles ejemplo en todo, llevando una vida recta y entregada a Dios, respaldada con una buena actitud, con gozo y con mucho amor.
La comunicación con tus hijos, fomentará su vida espiritual, creará entre ustedes una bella amistad y podrás convertirte en su consejero. Estarás a su lado cuando te necesite, y así podrás ayudarlo y rescatarlo cuando esté en problemas. Tus hijos necesitan percibir en ti una postura de amor, de disposición, al momento de ayudarlo; necesitan escuchar tus sabios consejos y que tú te ganes su respeto y admiración.
Cuando llegues a tu casa, por más cansado que estés, préstales atención, escúchalos y no les grites. Sé presto para escuchar y tardo para airarte. Sé un padre comprensivo, ama a tus hijos sin condiciones, sé manso y fiel en tus convicciones a Dios, de esa manera, bendecirás tu hogar.
Una vida de comunión y llena de amor, es un bálsamo infalible y te puede ayudar a salir del mayor abatimiento, sanar las heridas y desaparecer la ira, la culpa y la tristeza.
Tomen en cuenta que la familia es la célula primaria y esencial de la sociedad, y puede ser una columna maestra apoyada en Dios. Con Dios reinando en tu hogar, podrás evitar que éste se tambalee.
Hna. Martha Mercado
Para algunos matrimonios que son muy eficientes en sus trabajos, les resulta difícil identificar las áreas en las que tienen que mejorar; por ejemplo, no se dan cuenta que necesitan un amor conyugal responsable y tener más comunicación con sus hijos. A veces viven bajo el mismo techo, pero llevan vidas independientes. En cuanto a la educación de los hijos, se comenten muchos errores involuntarios, que tarde o temprano se convierten como en una avalancha de nieve, que no saben cómo, ni cuándo se originó.
Por lo general, los padres cuando llegan a casa después de un día de exhaustivo trabajo, lo hacen cansados y de mal humor. Algunos llegan hasta gritando, con el rostro fruncido, de malas, y al menor indicio de falla de los hijos, por cosas sin importancia, comenten el error de enfrentarlos guiados por un arrebato de histeria y cólera. Con palabras, golpes, omisiones y acciones, los padres dañan a los hijos, y aunque la tormenta pase y se convierta en calma, quedan huellas. Nacen sentimientos de odio e ira, pues los sucesos quedan grabados en lo más profundo del corazón de los hijos, quienes continúan su vida, pero caminan arrastrando en el subconsciente, las laceraciones que dejaron el maltrato y una mala educación.
Para justificar sus acciones, los padres imponen normas más rígidas, cambiantes e injustas y algunos hasta se escudan en la religión, como si Dios fuera un juez injusto, cuando lo que a El le sobra, es la misericordia.
Pero cuando les cae el veinte, y se miran ellos en el mismo espejo que impusieron, se quedan con la boca abierta. Y se preguntan ¿Cómo es posible, que hiciera eso, Señor? Yo amo tu Palabra. ¿Cómo puedo cometer tantos errores con mis hijos? Yo los amo. El pecado puede sorprenderte a ti, pero para Dios que nos conoce, no hay sorpresas. Nuestros caminos están a la vista del Señor, y El los examina (Prov. 5:21). Y en los momentos que más lo necesitamos, El en su infinita misericordia, llama nuestra atención para que lo escuchemos, y lo hace de tal manera, que no podemos seguir ignorándolo.
Debemos tratar de ser mejores padres, necesitamos reflexionar sobre nuestros actos y reconocer nuestros errores, pero sobre todo, apoyar más a nuestros hijos, dándoles ejemplo en todo, llevando una vida recta y entregada a Dios, respaldada con una buena actitud, con gozo y con mucho amor.
La comunicación con tus hijos, fomentará su vida espiritual, creará entre ustedes una bella amistad y podrás convertirte en su consejero. Estarás a su lado cuando te necesite, y así podrás ayudarlo y rescatarlo cuando esté en problemas. Tus hijos necesitan percibir en ti una postura de amor, de disposición, al momento de ayudarlo; necesitan escuchar tus sabios consejos y que tú te ganes su respeto y admiración.
Cuando llegues a tu casa, por más cansado que estés, préstales atención, escúchalos y no les grites. Sé presto para escuchar y tardo para airarte. Sé un padre comprensivo, ama a tus hijos sin condiciones, sé manso y fiel en tus convicciones a Dios, de esa manera, bendecirás tu hogar.
Una vida de comunión y llena de amor, es un bálsamo infalible y te puede ayudar a salir del mayor abatimiento, sanar las heridas y desaparecer la ira, la culpa y la tristeza.
Tomen en cuenta que la familia es la célula primaria y esencial de la sociedad, y puede ser una columna maestra apoyada en Dios. Con Dios reinando en tu hogar, podrás evitar que éste se tambalee.
Hna. Martha Mercado
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