Wednesday, May 02, 2007

CUANDO DAÑAMOS A NUESTROS HIJOS


Vivimos en un mundo donde reina la desintegración familiar. En la actualidad, tanto el papá como la mamá, tienen que trabajar, y aparte tienen que estar en constante aprendizaje, por las innovaciones de la tecnología, lo cual absorbe mucho de su tiempo, y no hay ninguna duda, en que es bueno lo que hacen, sin embargo, eso ha ocasionado un gran problema: están descuidando lo más importante, a sus hijos. El descuido crea en los hijos, inseguridad, desilusión, frustración, pleitos y celos; hace que vayan perdiendo sus valores, principios, buenas costumbres y conceptos propios del hogar. Este escrito, es un llamado de atención, un grito desesperado, pues muchos hijos sienten que su vida familiar es un caos y necesitan ayuda, y no saben como decírselo a sus padres.
Para algunos matrimonios que son muy eficientes en sus trabajos, les resulta difícil identificar las áreas en las que tienen que mejorar; por ejemplo, no se dan cuenta que necesitan un amor conyugal responsable y tener más comunicación con sus hijos. A veces viven bajo el mismo techo, pero llevan vidas independientes. En cuanto a la educación de los hijos, se comenten muchos errores involuntarios, que tarde o temprano se convierten como en una avalancha de nieve, que no saben cómo, ni cuándo se originó.
Por lo general, los padres cuando llegan a casa después de un día de exhaustivo trabajo, lo hacen cansados y de mal humor. Algunos llegan hasta gritando, con el rostro fruncido, de malas, y al menor indicio de falla de los hijos, por cosas sin importancia, comenten el error de enfrentarlos guiados por un arrebato de histeria y cólera. Con palabras, golpes, omisiones y acciones, los padres dañan a los hijos, y aunque la tormenta pase y se convierta en calma, quedan huellas. Nacen sentimientos de odio e ira, pues los sucesos quedan grabados en lo más profundo del corazón de los hijos, quienes continúan su vida, pero caminan arrastrando en el subconsciente, las laceraciones que dejaron el maltrato y una mala educación.
Para justificar sus acciones, los padres imponen normas más rígidas, cambiantes e injustas y algunos hasta se escudan en la religión, como si Dios fuera un juez injusto, cuando lo que a El le sobra, es la misericordia.
Pero cuando les cae el veinte, y se miran ellos en el mismo espejo que impusieron, se quedan con la boca abierta. Y se preguntan ¿Cómo es posible, que hiciera eso, Señor? Yo amo tu Palabra. ¿Cómo puedo cometer tantos errores con mis hijos? Yo los amo. El pecado puede sorprenderte a ti, pero para Dios que nos conoce, no hay sorpresas. Nuestros caminos están a la vista del Señor, y El los examina (Prov. 5:21). Y en los momentos que más lo necesitamos, El en su infinita misericordia, llama nuestra atención para que lo escuchemos, y lo hace de tal manera, que no podemos seguir ignorándolo.
Debemos tratar de ser mejores padres, necesitamos reflexionar sobre nuestros actos y reconocer nuestros errores, pero sobre todo, apoyar más a nuestros hijos, dándoles ejemplo en todo, llevando una vida recta y entregada a Dios, respaldada con una buena actitud, con gozo y con mucho amor.
La comunicación con tus hijos, fomentará su vida espiritual, creará entre ustedes una bella amistad y podrás convertirte en su consejero. Estarás a su lado cuando te necesite, y así podrás ayudarlo y rescatarlo cuando esté en problemas. Tus hijos necesitan percibir en ti una postura de amor, de disposición, al momento de ayudarlo; necesitan escuchar tus sabios consejos y que tú te ganes su respeto y admiración.
Cuando llegues a tu casa, por más cansado que estés, préstales atención, escúchalos y no les grites. Sé presto para escuchar y tardo para airarte. Sé un padre comprensivo, ama a tus hijos sin condiciones, sé manso y fiel en tus convicciones a Dios, de esa manera, bendecirás tu hogar.
Una vida de comunión y llena de amor, es un bálsamo infalible y te puede ayudar a salir del mayor abatimiento, sanar las heridas y desaparecer la ira, la culpa y la tristeza.
Tomen en cuenta que la familia es la célula primaria y esencial de la sociedad, y puede ser una columna maestra apoyada en Dios. Con Dios reinando en tu hogar, podrás evitar que éste se tambalee.
Hna. Martha Mercado

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