Friday, September 14, 2007

EL SALVAVIDAS


Este verano me fui a la playa, y entre diversión y descanso, me caía al mar. Me subí junto con mi familia a una banana acuática; parecía que sería un buen paseo, pero tuve algunos problemas. Para empezar, no podíamos ni montarnos; subía una y dos, y la tercera, tumbaba a todas, hasta que por fin, estuvimos listas. Definitivamente no todos vemos las cosas de la misma manera, unas sentíamos terror a los movimientos y otras parecía que lo disfrutaban. Nos llevaron mar adentro, quien sabe cuantos metros, pero para mí fueron muchísimos, hasta que por fin dieron vuelta. Pero de regreso, el viaje se puso más complicado, como que la lancha hacía olas y sentíamos turbulencias, y por más que nos agarramos de la banana, nos caímos. Dice mi mamá, que fue una ola la que nos volteo, pero yo, ni cuenta me di de eso, pero estaba allí, tragando agua por la boca, la nariz y hasta por los ojos. Fue una cosa desesperante, pero salí a flote. Entré en pánico, ¡todas habíamos caído al agua!, en diferentes lugares y sintiendo distinto. Tratamos de juntarnos y formamos dos grupos.

Mi hermana, como sabe nadar, se notaba tranquila, aunque triste, porque en la volteada había perdido su cámara; pero no podía nadar, porque mi hija que gritaba por ayuda, se había sujetado tan fuertemente de ella que no la dejaba moverse. Ella, trataba de explicarle que no le iba a pasar nada, pues traía chaleco salvavidas, pero mi hija no quería soltarse, aún con el chaleco, pues sabía que no podría sola llegar a un lugar seguro, necesitaba ayuda. Por otro lado, como yo era la última sobre la banana, había quedado como a dos metros de distancia del otro grupo, en donde estaba mi mamá, sujetando a una amiga de mi hija. Ella estaba paralizada y silenciosamente, le pedía que no la soltara. No sé nadar, pero con la ayuda de Dios, no sé ni cómo, pero llegue hasta donde estaban ellas. Mi mamá nos daba instrucciones de cómo nadar, nos pedía que moviéramos las manos y los pies, pero si es difícil aprender a nadar en la piscina, imagínense en el mar, y en una situación como esa. Por más que intentábamos acercarnos a la lancha, no podíamos, el agua nos llevaba en dirección opuesta.

La lancha no se acercaba, en ese momento, yo no entendía, como el conductor, que solo nos miraba, no hacía algo para rescatarnos, aún cuando le gritábamos que no sabíamos nadar. Creo que él sabía que no nos pasaría nada por el chaleco salvavidas, y que si se acercaba, podría lastimarnos con el motor de la lancha.

Por fin, después de varios intentos, con ayuda de las que si sabían nadar y con algunas maniobras del conductor, pudimos volver a treparnos a la banana e iniciar el viaje de regreso a la playa. Gracias a Dios salimos bien libradas, un poco asustadas, con pérdidas económicas, pero sanas y salvas.

La vida por este mundo, es como uno de esos paseos por el mar. En momentos, divertido, pero inseguro, pues no sabes lo que te puede pasar. Jesucristo es nuestro chaleco salvavidas (1 Timoteo 1:15). Hay otro tipo de salvavidas, pero definitivamente El es el único fiable y seguro. Porque tú dependes de El y no El de ti. No tienes que sostenerlo, El te sostiene, solo necesitas aceptarlo y llevarlo puesto todo el día. Otros, “salvavidas”, como el trabajo, la familia, los amigos, etc. se revientan, no aguantan las presiones; o te pierden de vista, pues se mantienen a distancia, y cuando los necesitas, no llegan oportunamente.


En situaciones difíciles, se nos olvida que tenemos a Jesucristo, nuestro Salvavidas y lo que El puede hacer por nosotros. Nos llenamos de temor y sentimos que nos hundimos en los problemas, gritamos o nos paralizamos. Nuestro cuerpo se ve afectado porque nos tragamos todo lo malo y pensamos que estamos solos, pero no es así. El está allí, aunque tú no lo sientas y te salvará, esa es la misión del Salvavidas. Jesucristo, está sobre ti, muy bien amarrado, presente en todo momento (Mateo 28:20). Podemos perder cosas materiales, vivir experiencias traumáticas, pero nuestra vida está segura con El (Juan 10:28).

Hay quienes disfrutan el paseo, porque lo saben y se sienten seguros, preparados para cualquier contingencia; pero otros, navegan sintiendo temor de todo, queriendo que el viaje acabe y aferrados a otros para salir adelante. Gracias a Dios por esas personas que pone a nuestro lado, que con su experiencia nos ayudan, pero tenemos que aprender a vivir confiados en Jesucristo. Depender de otros puede ser un problema, no solo para nosotros, sino también para ellos, pues podemos convertirnos en una carga demasiado pesada, cansarlos, impedir que avancen en su crecimiento espiritual y hasta ahogarlos con nuestra inseguridad.

Jesucristo, nuestro salvavidas, es el que nos mantiene a flote a todas, a salvo; porque las que saben nadar, como las que no, en una caída profunda, pueden perder la vida. Saber como enfrentar la vida, no garantiza que aguantarás el periodo de prueba, los problemas y la presión de la gente que te rodea, solo Jesucristo es nuestra garantía de vida.

Dios puede evitar los problemas, enviar auxilio inmediato, acercar la lancha y subirnos a ella, para que no tengamos más aflicciones, pero necesitamos ser probados para crecer (Santiago 1:2-4). Las personas que disfrutan la vida, son las personas que confían en Dios y que han adquirido experiencia espiritual, que ya saben como esta la movida de la fe, las pruebas y todo lo relacionado con el perfeccionamiento.

Dios quiere llevarte en un paseo emocionante, darte experiencias para compartir. Vive la vida disfrutando todo, sintiéndote seguro(a) en El, quien tiene cuidado de ti (1 Pedro 5:7-11).

Marisa Valle

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